domingo, 2 de mayo de 2010

regalos

Hace unos meses conocí a una persona que prácticamente pasó desapercibida para mí. Era alguien más de mi círculo de acción a la que no le presté especial atención hasta que un dia me llamó por teléfono para contarme algo de su vida que yo, aparentemente, no necesitaba saber.

Esa conversación “innecesaria” se quedo prendida y perdida en el tiempo, suspendida en el aire. Sólo fueron palabras, pero comprendí su significado más tarde. A día de hoy reconoczco que sin aquella información no se hubise desencadenado una historia posterior que me ha servido para "ver".

Los meses pasaron y esa persona desapareció. Yo apenas recordaba aquella conversación que se había producido mientras conducía a casa durante una de las tardes más lluviosas de los últimos inviernos.

Después de un par de meses volvió a aparecer. De nuevo con una llamada telefónica. Era una de esas personas a las que conoces más de hablar por teléfono que de tomar el primer café de la mañana. De nuevo una conversación sin contenido aparente pero que desencadenó los acontecimientos necesarios para que yo haya aprendido algo que no sabía.

Su enseñanza no es el motivo de que yo escriba esto, quizás lo haga otro día, pero me he dado cuenta de que las circunstancias que vivimos en cada momento hacen, que en muchos de ellos, nos aferremos a las personas más de la cuenta cuando, en realidad, el sostén de nuestra vida somos nosotros mismos.

En este segundo encuentro pensé que había llegado un soplo de aire fresco para aquel momento, pero estaba equivocada. Sólo se produjo para ayudarme con una dificultad que me pesaba, para orientarme sobre algo que me preocupaba, y sólo volvería a tener lugar aquella vez, que sería la última.

Echaba de menos sus conversaciones hasta que lei que “las personas entran en tu vida por una razón, por una estación o por una vida entera". Entonces lo vi claro y comprendí que su cometido ya había finalizado y que aquella añoranza era, en realidad, producto de mis propios miedos. Aunque yo no había querido entenderlo, los hechos me lo estaban mostrando de forma muy evidente: había llegado por una razón y su cometido ya había finalizado.

Esto que parece tan obvio no lo es cuando no eres consciente de lo que pasa por tu mente y de los sentimientos que acarrean esos pensamientos, pero está ahí.

Al fin lo entendí: la compañía de algunas personas tiene fecha de caducidad, pero un cometido muy concreto, llenar una necesidad que hemos demostrado tener, por eso son regalos que hay que aprovechar y dejar marchar cuando llegue el momento dando gracias por haberlos disfrutado.

¡Gracias!